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lunes, 19 de marzo de 2012

La Nana


Sola, caminaba tarareando su canción. Era una nana, que se sabía de pequeña, gracias a su abuela, que se la cantaba para que durmiera. Había salido porque necesitaba caminar, respirar aire fresco. Pensar. Bueno, quizá no era la mejor idea que había tenido, saliendo sola una tarde oscura, a caminar por el bosque.
Aquél bosque resultaba tétrico de tarde. El cielo oscurecía, y los árboles se volvían tenebrosos, como si sufrieran una transformación en cuanto el sol llegaba al ocaso. De día, eran alegres y coloridos, por la tarde se transformaban, y de noche, la forma de sus ramas te parecía extraña y amenazadora, como si fueran a atacarte. Phobia pensó que debería haber regresado, debía de haber dado media vuelta y volver, pero se había enojado tanto con su madre, que no quería volverla a ver. No era su culpa que le hubiera arruinado la vida siendo una sorpresa, tampoco que hubiera perdido un trabajo, un esposo, y a sus abuelos. Tampoco lo era que estuvieran solas, y tuvieran que arreglarcelas solas.
Trató de tararear más alto, quería ahogar el ruido de las hojas y ramas al ser pisadas. Ése especie de chasquido que la ponía inquieta. Sobre todo porque no oía nada más, a ésa hora los pájaros dejaban de cantar, y se escondían, en cambio, comenzaban a desesperase los animales nocturnos, como los búhos, que te amenazaban con sus ojos brillantes, y las vueltas de sus cabezas. Incluso los cuervos se escondían a aquellas horas. Pero ella seguía caminando, y caminando.... todo con tal de alejarse de su casa, de sus problemas...
Cada vez tarareaba más alto. Comenzó a oír unos ecos de sus pasos, otro crujido de ramas y hojas. El cuello comenzó a dolerle: le daba miedo mirar, pues sabía que alguien la seguía, pero aún así costaba resistirse. Se giró como los búhos: detrás suyo no había nadie, y en el suelo tan sólo estaban las marcas de sus pasos, ninguna más.
Siguió tarareando su nana, tratando de pensar que habían sido imaginaciones suyas.
Luego de un instante, cuando se había logrado convencer de que se lo había imaginado, una voz distinta comenzó a acompañar a la suya.La segunda, era mucho más aguda y carecía de el sentimiento dulce que transmite una nana, si no que se había vuelto un tarareo inquieto, tenebroso, que ponía aún más inquieta a Phobia. Mirara a dónde mirara, no había nadie, nadie la seguía, salvo el sonido de la nana, acompañando al su tarareo.
Dejó tararear y se hizo silencio.
Salvo por las pisadas, las suyas y las que la seguían.
La voz comenzó a cantar la nana, y Phobia comenzó a correr.
Inquieta y asustada, ya no pensaba ni miraba por donde caminaba. Parecía que todo el bosque se había vuelto siniestro, macabro, y que las ramas de los árboles tiraran de su ropa, ya que se enganchaba a cada paso que daba. El cielo se había vuelto oscuro y la luna brillaba en lo alto. No se oía nada, salvo el silencio, la nana, y las pisadas.
Corría como podía, con el corazón danzando en su pecho. Sus piernas temblaban, y flojas como estaban tropezaban a cada rato. Como no pensaba, ya ni sabía a donde se dirigía.
Corría desperada. Había dejado de mirar el suelo. Y así fue como calló. No vio que el camino terminaba, empinado hacia abajo.
En ése instante se hizo completo silencio.
Sólo se oyó el grito y la nana, cantada por algún fantasma.


Inspirada en la nana de esta pelicula: http://www.youtube.com/watch?v=6u-HqM-6QRs&feature=related

lunes, 12 de marzo de 2012

Una Noche Bajo la Luna

La familia luego de haber ido a tomar un café hizo un autostop en su casa, para pasar a buscar a su perrita, y salir a caminar en un bosque cercano. La luz de la luna era impresionantemente brillante, había una brisa fresca pero agradable, sólo que la temperatura era un poco fría. El camino era poco iluminado, a travez de un bosque, pero a nadie le importaba, todos iban felices, hablando entre sí. Eran tres: una niña, una mujer, y un joven adulto. Cada uno distraído en lo que quería comentar. Los dos hermanos se disputaban por llevar la palabra, mientras que la madre, atenta, trataba de escuchar a todos, y agotada, a ninguno. A su vez, le agradaba estar en compañía de sus dos niños, ya no tan niños, pero ella prefería sentir que aún eran totalmente dependientes de ella,

sábado, 10 de marzo de 2012

El cadáver del pájaro

Todos tenemos la fantasía de que los pájaros van a morir al cielo, o desaparecen, piensan que es un misterio. O por lo menos a mi me habían enseñado así o parecido, me habían dicho que los pájaros cuando estaban cansados de volar y de estar en la tierra, iban a dormir a las nubes. El cuento que les voy a contar ahora puede pareceres tonto, sin sentido, o al contrario, interesante y original. Pero bueno, es su opinión, no la mía, en cuanto a mí se refiere, creo que es algo que vale la pena contar, aunque sea como anécdota, un cuento corto, o lo que quieras llamarlo. Mejor voy a empezar, antes de andar llendo por las ramas:

La niña disfrutaba del paseo. Llevaba el vestido blanco con pequeñas rosas que hace mucho
buscar. Lo necesita, ya que el sol está fuerte, pero
no es tan molesto para ella, que sólo ve la belleza del campo: los vivos colores de las flores, el verde de la hierba, las canciones de los pájaros, el ruido del agua del río, y los ladridos felices de Alma. Claro, también los gritos de su madre llamándola, y diciendo que no se le adelantara tanto. Pero la niña seguía corriendo, saltando y riendo, como si para ella no corriera el tiempo, y lo único que existiera en el mundo fuera aquél bello paisaje de campo, con sus árboles en flor, el río, la hierba, y una montaña lejana, sólo con ellos tres: ella, su madre y Alma, en armonía con los animales y las plantas. quería estrenar, unos zapatitos rojos que anciaba tirar, y un sombrero de paja, con una cinta de tela rosa bebe, en la mano traía un ramo de flores que había juntado en aquél campo: margaritas, siemprevivas de colores, dientes de león, y otras tantas flores silvestres, todas de colores varios. Ella saltaba, reía, corría, al lado de Alma, su pequeña perrita. Su vestido y su cabello ondean con el viento, le sacan el sombrero, y a cada instante camina sobre sus pasos para volverlo a
Iba tarareando una canción, a ritmo con la de los pájaros, el agua corriendo, y los ladridos de Alma. Todo junto parecía una orquesta. En eso dejó de correr y se ariesgó a que su madre la retara: se acostó sobre la hierba, para mirar el cielo. Suspiró y cerró los ojos para disfrutar el sol en su rostro. Su madre dejó pasar que ensuciara el vestido nuevo y se acostó a su lado.
-¡Mirá Catalina! Aquella nube parece Alma.
La niña abrió los ojos y observó las nubes. Eran blancas y regordetas. Desde allí parecían dulces, y suaves, como el algodón de azúcar, una de sus golosinas preferidas.
-Mentira mamá, es más como un elefante.
Su madre entornó los ojos, tratando de distinguir al elefante, sin conseguirlo.
-¿Segura?
-¡Se mueve, mirá! Ahora parece más un gusano.
Madre y niña rieron juntas.
-¿Alguna vez podemos ir a tocar las nubes, mamá? Se ven ricas... Podemos probar con una escalera.
-Es muy alto, se necesitaría una escalera muy, muy alta. Y no abría como sostenerla. Pero podemos imaginar tocarlas, proba como yo, alarga tu brazo lo más que puedas y cerra un ojo.
Ambas lo hicieron, y Catalina rió... ¡estaba tocando las nubes!
-Se sienten suaves mamá, así me las imaginé.- descansó el brazo que se estaba acalambrando, y miró más allá de aquellas nubes blancas y regordetas, a otras enormes y oscuras-¿Ésas son malas mamá?
-Sí, la abuela decía que las oscuras estaban enojadas y tristes, por eso su color, y si estabas bajo ellas te tiraban sus lágrimas en forma de lluvia, para demostrártelo.
-¿Son ricas sus lágrimas?
-Si se acercan las probamos, pero no podríamos quedarnos mucho tiempo, porque nos enfermaríamos, con la lluvia viene el frío.
La niña se acomodó para sentase. En ello vio que Alma traía algo en la boca.
-Mirá, nos trae un regalo.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Un Corazón Roto


Adam se mordía una uña en un gesto nervioso. Sabía como era el carácter de Brooke, no se tomaría para nada bien la noticia, puede que incluso intentase pegarle. Por esa misma razón había elegido el parque para darle la noticia, no había objetos punzantes ni nada parecido, además había testigos, por lo que Brooke sólo podría, como mínimo, pegarle una cachetada. Después de todo, se merecía eso y más, pero el pasado era el pasado, y por mucho que quisiera no podía ni ocultarlo ni enterrarlo, pero si olvidarlo y seguir adelante. Para eso necesitaría contarle todo a ella y cortar por lo sano. Allá venía Brooke, cruzando el parque por el pasto, se dirigía hacia el banco donde estaba él, parecía apurada... ¿acaso se habría enterado por alguien más? No, era imposible. Nadie más lo sabía salvo... Hanna. Pero no creía que fuera tan estúpida como para contárselo a su novia... ¿o sí?
-¡Amor!- le saludó Brooke, se sentó a su lado y le dió un rápido beso en los labios.
Dios... no se merecía lo que había echo, ella era una estupenda chica, siempre cariñosa y amable...
-¿Para que me citaste? ¡Ya sé! te decidiste por hacer el picnic que te propuse... -su tono era animado y tenía una gran sonrisa en su rostro, además sus ojos brillaban con emoción. Adam sentía el pesar de ser el culpable de acabar con ésa sonrisa y apagar el brillo en sus ojos.- ¿No vas a hablar?
-Yo...
Se le cortó la voz y se le cerró la garganta. ¿Cómo iba a decírcelo? ¿qué él era un imbécil que había estado con otra? ¿qué ya no le gustaba? ¿qué a pesar de ser la más hermosa de las chicas que había conocido la había engañado? No, no y NO. Así dañaría profundamente sus sentimientos... necesitaba ser cuidadoso.
-Adam, ¿qué sucede? - su sonrisa ya se había ido volando y sus ojos se habían apagado; incluso su voz ya sonaba diferente...- ¡Dí algo por el amor de Dios! Me estás asustando...
-Yo... creo que deberíamos terminar.
Brooke se alejó unos centímetros de él en el banco, bajo la mirada y posó sus brazos en su falda. Pasó un minuto, dos, ninguno dijo nada...
-¿Brooke? - se atrevió a decir Adam.- Quiero decirte que no es ni de lejos por vos. Eres una maravillosa chica, la he pasado bien contigo, pero el echo es que después de haber hecho lo que hice... no creo merecerte, ¿sabes?
Brooke alzó la mirada hacia sus ojos. Ella los tenía cubiertos de lágrimas, por lo que la visión de la cara de Adam se tornó borrosa.
-¡No! No se que es lo que hiciste, ¿puedes hablar claro por favor? Si vas a terminar conmigo al menos podrías decirme las razones, idiota.
-Lo que sucedió fue que... bueno, el otro día me cruzé con Hanna, y bueno, se dió que....
-¿Se besaron, es eso? Porque si fue eso no tienes porqué dejarme, entiendo que fuera una emoción pasajera... podemos hablarlo y resolverlo. No tenemos que tirar a la borda un año de relación.-Sus lágrimas ya caían por sus mejillas. Al ver que Adam no decía nada fue peor:- podemos hablarlo, salvo que... ¿hiceron otra cosa? Adam...
-No.
-¡No me mientas! Te conosco Adam. ¿Se acostaron? ¿decidieron que estaría bien si nadie se enteraba? ¿si otras se quedaba en la ignorancia como unas estúpidas cornudas? ¿¡es eso!? Dímelo, dímelo porque si no...
-No quiero dañarte más de lo que he hecho, seguiré mi camino y tú el...
-¿El mío? Díme, Adam, ¿acaso seguir tu camino significa seguir con Hanna? ¡Dí que tiene ella que no tenga yo!
-No se trata de eso, más bien...
-¡Ya no te gusto! Es por eso... Lo sabía. Pero podrías haber terminado conmigo antes de dejarme como una idiota.
Brooke se levantó, pero antes de irse le atestó un cachetazo en la mejilla. Su mano quedó marcada en el rostro de Adam.
-¡Te arrepentirás! ¡Lo juro, Adam! Por mi cádaver juro que lo harás... Lamentarás el haberme engañado, el haber roto mi corazón, jugado con mis sentimientos y haberme hecho desperdiciar un año de mi vida con una basura. Lo harás.
Brooke se fué como había venido: cruzando el parque apresuradamente. Sólo una cosa había cambiado: su corazón ya no estaba completo, y quería que Adam se enterase de lo que le estaba haciendo sentir.
Y

Era sábado por la noche, y un sábado muy especial. como Brooke sabía, era el aniversario de los padres de Adam, por lo que esta noche él estaría sólo en su casa. Bueno, sólo, o con aquella perra llamada "Hanna". Ella estaba conduciendo a su casa, donde le daría la sorpresa de su vida.
Hoy era su día.
Hoy le haría pagar.
Para eso, Brooke tenía trazado un plan, que iba a la perfección. Estacionó su coche en la mano de en frente. La casa de Adam era pequeña, con dos habitaciones, un cuarto de baño, una cocina/comedor y una sala de estar. No estaba segura de en dónde comenzaría su plan, tan sólo quería ver a Adam retorcerse por lo que había hecho, quería que gritara de dolor y desesperación, como había gritado ella el día de su ruptura. Aquél día, había llegado a casa para llorar, llorar y llorar. Aunque también había gritado y había roto un cuadro que llevaba una foto, una foto de ella y él juntos, abrazados y a punto de besarse. Recordaba el día de la foto con tristeza, enfado, y dolor, pues sabía que ya nunca volverían a estar así de nuevo. Bajo de su coche y sencillamente llamó a la puerta. Abrió Adam, vestido de entre casa.
-¿Puedo pasar? Hay algo de lo que necesito hablar contigo...-utilizó su tono más dulce, sabiendo que él no podría resistirce a dejarla pasar.
-Claro, pasa.
Brooke entró y se sentó en un sillón de la sala de estar. Adam se sentó en frente suyo, como para dejar claro que no quería contacto, que si la había dejado pasar era por amabilidad y nada más.
-Prepararé café.
-Yo te ayudo- era la escusa perfecta para pasar a la cocina.
-No es necesario, es sólo café- Adam rió.
-No importa, de veras quiero ayudarte.
-Como quieras.
Se levantó y fue hasta la cocina. Comenzó a llenar la cafetera con agua. Brooke esperó a que se diera vuelta para abrir uno de los cajones donde guardaban los cubiertos, había estado mil veces en aquella casa y sabía perfectamente donde estaba todo ubicado. Tenían pocos juegos de cubiertos, pues solo eran los padres y Adam, pero encontró un cuchillo de carne perfecto. Adam volteó.
-¿¡Qué...!?
Brooke no le dió tiempo de terminar la frase, y atravezó con el cuchillo el corazón de Adam. Su plan estaba completo, Adam lanzó un grito de dolor expulsando sangre por la boca, comenzó a tener convulsiones y luego dejó de moverse. Sólo faltaba un detalle de su plan, arrancarle el corazón del pecho a Adam y enviarselo a su puta, Hanna. Pero por el momento Brooke había tenido lo que quería:
Venganza.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Abandonada


Jessey se despertó con la canción Firework, de Katty Perry. Su teléfono no había parado de sonar hasta despertarla por completo. Era Domingo, el único día en que ella podía dormir hasta tarde... y le habían arruinado su plácido sueño. Se preguntó quién la llamaría un domingo a la una de la tarde. Miró el contestador, número desconocido.
-¿Hola?
-Hola, ¿Tu eres Jessey?- la voz había sonado femenina y serena, y recordaba haberla oído en alguna ocasión...
-Sí, ¿quién habla?
-Soy Marian, la doctora de su madre, Eli- al oír su voz Jessey recordó perfectamente quién era, y se preguntó si el apodo "Eli", venía a que le había sucedido algo a su madre, o a que le guardara cariño.
-Le recuerdo, usted es quien la atendía siempre.
-En efecto, y aún lo hago. Ayer por la tarde Eliana ingresó a urgencias luego de sufrir un infarto. Usted es su único pariente vivo del que tenemos conocimiento, por lo que necesitamos que firme unas fórmulas para iniciar con unos tratamientos, ya que le detectamos el Síndrome de Dressler, es necesario que se trate con Corticosteroide o más preferentemente, con AINE. Verá....
-Un momento- la frenó Jessey- no entiendo nada de lo que me está diciendo... ¿Síndrome de Desler... ? ¿AINE...? ¿Coticoseroide...?
-Síndrome de Dressler, no Desler. Es un tipo de pericarditis, que ocurre cuando ha habido un daño al corazón, se produce una inflamación debida a una reacción exagerada del sistema inmunitario en contra del tejido ensangrentado o dañado del corazón luego de un pos-infarto. Hay un dolor relacionado a este trastorno debido al pericardio inflamado con el corazón. Esto se trata con unas pastillas llamadas Antiinflamatorio no esteroideo preferentemente, AINE, o con unas hormonas llamadas Corticoides. Las pastillas se dan con otros tratamientos, necesitamos una autorización de usted, como responsable.
-Bien, ¿cuando debo ir?
-Mañana a ésta misma hora está bien, quédese tranquila, su madre está en buenas manos. Sé de éstas cosas.
"Y no lo dudo, como tampoco no me interesa", pensó Jessey, pero se contuvo a decirlo. no necesitaba pelearse con aquella doctora, iría, firmaría los papeles, y otra vez se olvidaría de su madre, no necesitaba sacar viejos recuerdos a la luz...
-Adiós- Dijo secamente, no le importaba quedar grosera o arisca, como tampoco le importaba el estado de su madre.
-Adiós, que estés bien.
La doctora cortó y Jessey dejó el teléfono en su mesa de luz. Se estiró dentro de la cama, estaba tan cansada que los ojos se le cerraban del sueño, era injusto, estaba acostumbrada a dormir hasta tarde el fin de semana. Ya estaba casi despierta pero la cama se sentía tan cálida y las sábanas tan suaves que decidió seguir durmiendo, después de todo, era su costumbre. Pero en cuanto cerró los ojos un recuerdo le vino de algún lugar de su mente:
-Jessey, ven aquí.- la voz de su madre estaba tan vacía de afecto como siempre.
Ella dejó sus muñecas y se reunió con su madre en la cocina.
-Arma tu valija porque vas a ir a visitar a tu abuela.
¿La abuela? Se extraño Jessey. Jamás había visto a su abuela, ni siquiera había pensado que tenía alguna. Su madre nunca le hablaba de su familia, tampoco de su padre, por quién ella preguntaba tanto. Además no sabía a cual valija se refería, ya que no tenía una, por lo que volvió a su cuarto y tomó su mochila del colegio, pensando que también serviría. Tomó lo poco que tenía de ropa, sus dos muñecas, su oso de felpa con quien dormía, un cuaderno y lápices de colores. Guardo todo apretado en la mochila y volvió junto a su madre.
-Terminé.
-Bien, dámela que la llevo yo.
Reparó en que ésta vez la voz inflexible de Eliana había sonado trémula, y le temblaban ligeramente las manos. Fue a registrar un cajón, y le tendió una pequeña fotografía a Jessey. "Para que no me olvides", susurró su madre...
Jessey abrió los ojos de repente. Apenas recordaba el rostro de su madre en aquél tiempo, e hizo un esfuerzo por no hacerlo. Sacar los viejos recuerdos a la luz hubiera sido volver a aquél sucio y viejo diván, donde lloraría durante una hora que parecía interminable, escuchando hablar a su psicólogo sobre que debía perdonar a mi madre, y seguir adelante... con unas cesiones que apenas alcanzaba a pagar en aquellos momentos. No necesitaba compasión de nadie, pues aquellos que la mostraban susurraban estúpidos "lo siento", que no ayudaban a pagar deudas, a conseguir un trabajo mejor, realmente no lo sentían, sólo lo decían para sentirse mejor con ellos mismos si intentaban ayudar a alguien. La vida era dura y refugiarse en un diván de la sala de un psicólogo no ayudaba a cambiar las cosas, para cambiar las cosas había que salir a la realidad y realizar acciones, en vez de ilustrar todo con palabras. Las palabras poco cambiaban, al contrario que las acciones. Lo mismo hubiese resultado decir que perdonaba a su madre, porque en el fondo, muy en el fondo, seguiría sintiendo lo mismo.
La despreciaba, despreciaba lo que había echo y no quería que le recordaran nada de ella, ni siquiera que poseía su sangre, su material genético. Por ésa razón había dejado de utilizar el título de "madre" o "mamá" para referirse a ella como "Eliana", lo que hacía que cuando se refiriese a ella pareciera una simple conocida en vez de la única familia que tenía.
Refrenó todos los pensamientos en seco. "No me va a hacer nada bien recordar el pasado", se dijo, y luego se levantó de la cama para darse una ducha fría, lo que calmaría sus pensamientos.
No dejaría que su madre se filtrara en sus pensamientos...
Y
Llevaba manejando media hora. ¿Porqué su madre tenía que vivir en el asqueroso pueblo de al lado? Todavía quedaban unos diez o veinte minutos de carretera hasta la entrada de su pueblo natal. Tenía suerte de haber salido de allí...
Otro flashback cruzó por su cabeza...
Ella llendo en el auto prestado del departamento contiguo al suyo. Su madre manejaba, aferrada con ambas manos al volante, su cara inexpresiva de siempre y más tensa que de costumbre.
-¿Ya llegamos?
-Falta poco, la ciudad está a unos minutos más...
-¡Pero estoy cansada y tengo hambre! - se quejó Jessey, no se quejaba muy a menudo, pero este viaje la había tomado por sorpresa, y como había sido algo anormal, siendo tan pequeña suponía que podía comportarse como quisiera.
-Pues debiste haberlo dicho antes de salir.
Eso no dió más pie a discuciones. Jessey sacó su oso de la mochila para mostrarle el camino, "mira", le dijo, "aprende el camino para que podamos visitar a la abuela tanto como queramos luego, así sabremos ir y regresar".

Jessey encendió la radio. Buscó alguna estación por la que pasaran algo de rock. El estruendoso estilo musical haría que se olvidara de sus pensamientos de una vez por todas. No quería recordar a su madre... y no lo haría. Pasó un cartel de "Bienvenidos", lo cual indicaba que ya había entrado al pueblo. Suspiró, a pesar de querer olvidar a su madre no podría, por lo menos no ahora que la vieja necesitaba "atenciones y cuidados". Por ella daba igual, le daba lo mismo que la atosigaran a su madre con pastillas o la dejaran morirse. Las casas y tiendas comenzaron a aparecer en la carretera, ahora tendría que recordar donde estaba el hospital. "¿No era doblando hacia la derecha luego del cine?" Pensó "Tengo que probar, si no le preguntaré al primero que vea". Llegó a la calle principal, el cine estaba en la esquina, puso el guiño y guió al volante para girar...

Su madre giró hacia la izquierda. Luego se detuvo en frente de una casa vieja, pero bonita. Era de ése tipo de casas que Jessey siempre había deseado tener en lugar de su sucio y pequeño departamento en la ciudad. La casa era de un estilo clásico, tenía un cerco de arbustos, una pequeña fuente para aves en la entrada, y un cantero con flores en el medio del jardín. Eliana se apagó el coche, se bajó y le abrió la puerta a ella para que bajara. Tomó su mochila y su oso.
-¿Porqué lo sacaste de adentro?
-Es que quería ver el camino-murmuró Jessey, preguntándose si había hecho algo indebido.
Pero Eliana suspiró y volvió a meter el oso adentro de la mochila. Le colgó la mochila en los hombros, la abrazó con fuerza y le dijo que fuera a llamar a la puerta de la abuela. Jessey se separó de su madre, cruzó el jardín de la casa, subió los escalones y llamó a la puerta. Cuando se volteó para mirar a su madre, ya no estaba, no estaba ni ella ni el coche. En donde habían estado, había unas marcas de ruedas, como cuando un coche arranca rápido.
Jessey volvió a bajar los escalones, a cruzar el jardín, y miró hacia ambos lados de la calle: no había ni rastro de su madre. ¿Alguien se la habría llevado? ¿Habría recibido una llamada urgente de algo que debía atender de inmediato? Jessey no lo sabía, y como no sabía, hizo lo que cualquier niña de su edad podía hacer, comenzó a llorar.
Detrás suyo una luz iluminó la calle. Era que alguien había abierto la puerta de la vieja casa. Una señora la miraba desde el umbral...

Al girar hacia la derecha se encontró el hospital iluminado e inconfundible: tenía un gran letrero rojo que anunciaba lo que era. A su lado una ambulancia pasó a mil, "debía de haber una emergencia en alguna parte", se dijo, pero la verdad era que no le importaba ni tampoco le daba curiosidad, quería partir cuanto antes y alejarse de allí. Aparcó el coche en el estacionamiento público, y fue hasta la entrada. Dentro una joven de ¿20? atendía a los recién llegados. En la sala había gente tosiendo, sonándose la nariz, con lágrimas en los ojos, comiendoce las uñas, tamborileando los dedos contra algo o hablando por teléfono. Incluso había un hombre con una niña que llevaba globos y una tarjeta de esas de "mejórate". Allí debía haber toda clase de historias, tristes, profundas, complejas, de cualquier tipo. Pero a Jessey no le interesaba contarlas, o preguntar por ellas, por lo que se dirigió a la joven enfermera que atendía ni bien la vió.
-Hola, ¿puedo ayudarte en algo? - la chica lucía en su cara una de ésas sonrisas falsas dedicadas a que creas que de verdad quiere ayudarte, Jessey odiaba a la gente falsa.
-De hecho, sí. Me llamó una tal doctora "Marian"...
-Marian, claro, me avisó que esperaba a alguien, usted debe ser Shessey, sientate que yo me comunico con ella.
En realidad lo que quería ella era decirle : " mi nombre es Jessey, no Shessey, y no hace falta que llames a nadie, dí que simplemente no me importa lo que le ocurra a Eliana". Pero claro, no podía hacer eso, sería mucho más rápido acceder a lo que aquella doctora quisiera, y luego largarse de allí. Se sentó donde le dijeron, junto a la niña pequeña de la tarjeta. La pequeña le sonrió y le tendió la tarjeta, para mostrársela, pero Jessey negó con la cabeza.
-Mi mami está enferma- su voz era aguda, como sólo lo puede ser la de una niña-pero se va a mejorar-sonrió-porque le traemos con mi papi unos regalitos que la van a poner muy contenta.
Jessey quería mandarla a callar, pero no le parecía bien hacer eso, asi que probó sonando cortante:
-¿Ah, si? Pues mi madre está igual.
-Seguro que tu mami también se va a alegrar de que viniste a verla.
La niña volvió a sonreír. Jessey no recordaba haber llamado nunca "mami" a Eliana. Máximo había dicho "madre", para luego llamarla por su nombre. La joven enfermera llamó a un tal "Dember", y el hombre de los globos se levantó. La niña lo siguió de la mano, no sin antes voltear para dedicarle otra sonrisa. Jessey no se la devolvió, pero miró como se alejaba por el pasillo. La enfermera nombró su apellido, se acercó junto a ella, iba con una mujer de aspecto cansado.
-¿Jessey? Soy Marian.
La doctora le tendió la mano. Jessey se la estrechó, incómoda.
-Sigame por favor.
Marian la guió por el pasillo. Se veían toda clase de cosas: gente en silla de ruedas, con un caminador, uno muchacho en muletas, varias enfermeras, doctores y doctoras con batas blancas corrriendo de un lado a otro, unos con cara de preocupados, otros alegres. Eran muchas caras expresando distintas emociones a la vez. Pasaron por habitaciones, la mayoría con la puerta cerrada, pero una por la que pasaron Jessey vió a una mujer llorándo tendida al lado de una cama donde reposaba un niño. La mujer prácticamente gritaba en llantos, y por primera vez allí dentro, Jessey sintió ganas de calmarla. Pero no se detuvo, continuó caminando por el pasillo detrás de la doctora Marian. Casi al final, la doctora se detuvo junto a la habitación "64", y abrió la puerta. Dentro había una cama, una mesa, algunos aparatos de hospital, un pequeño televisor, una cortina blanca junto a la cama (Jessey supuso que separaría la cama Eliana de la de otro enfermo), y, sobre la cama, dormía su madre. Jessey entró y se quedó parada frente al pie de la cama de Eliana. La observó atentamente. Si antes no recordaba cómo había sido su madre de joven, ahora lo hizo: su cabello ondulado, largo y de un precioso color caoba ahora era cano, sin brillo y muy corto; su piel, antes lisa y sin impurezas, ahora era arrugada y tenía manchas en ella. No pudo ver sus ojos ya que tenía los párpados cerrados, pero recordó cómo habían sido: de un brillante y profundo color verde, ése, según recordaba ella, era su único parecido físico. Su respiración era dificultosa, y se oía estruendosamente. De pronto Eliana abrió los ojos, y de inmediato los volvió a cerrar: lo que dejó entrever que sus ojos verdes se conservaban como siempre habían sido.
-Puedo ver su parecido-la voz de la doctora Marian la sacó de sus pensamientos-aquí es donde tiene que firmar.
Le entregó un documento con una lapicera, y luego le señaló donde tenía que firmar. Jessey firmó y luego suspiró. Ya estaba, podía irse, y de paso, tranquilizarce. Estaba hecho, ¿pero porqué ella sentía que faltaba algo... más? Le devolvió el documento y lapicera a la doctora.
-Perfecto. Puede retirarla ahora si quiere, pero le recomiende que deje descanzar a Eliana un rato más.
-¿Cómo?
Marian la miró sin comprender, Jessey le devolvió la mirada.
-Quiero decir que pensé que ustedes se harían cargo... ¿no hay donde meterla?
La doctora frunció el seño:- Claro, en un geriátrico, pero pensamos que usted se haría cargo de ella, nosotros no se supone que hagamos ése trabajo, ya que tiene parientes vivos. Para éso era el documento: ahora es responsabilidad suya.
-¿Pero no hay otro pariente..?
-Si lo hay, no lo sabemos. Sus documentos sólo hacían constancia de una hija, y una madre difunta. Nada de esposos, hermanos, abuelos...
-Bien. Creí que serían más profesionales.-argumentó Jessey.
La doctora no pareció darse cuenta de su enfado.

La Caja del Secreto


-¿Que es lo que guardas ahí, Vera?
-Es mi más preciado secreto.-contestó la pequeña, aferrándose a su diminuta caja azul de cerámica.
-¡Pero debe ser muy pequeño!- susurró Ally- ¡para que quepa en una caja tan pequeña!
Ally extendió sus manitos para tomar la caja, pero Vera la apartó de un empujón. Ally rompió a llorar, lo que llamó la atención de sus padres, que estaban tomando el té. Vera, al ver que había dañado a su única amiga, comenzó a suplicarle perdón, pero Ally se levantó y fue corriendo con su madre.
-¡Vera me empujó contra el suelo!. -sollozó la niña apretando su rostro bañado en lágrimas contra la falda de su madre.
-Oh, tranquila... seguro que no lo ha echo adrede cariño- su madre le limpió las lágrimas con una servilleta que había en la mesa- si hasta te ha pedido perdón, vayan a jugar y dejen de pelear.
-Sí, mamá.
La madre de Vera le soltó una reprimienda a su hija. Le había echo quedar mal frente a los padres de Ally, que eran amigos de la familia. "Tremenda falta de respeto tiene ésta niña con los invitados", pensó, "una niña de cinco años ya tendría que saber cómo comportarse". Más tarde hablaría con ella de modales, pero ahora tenía que distraer a sus invitados de la falta de educación de su hija. Para distraerlos les ofreció masitas dulces y les habló de las flores nuevas que plantaría en su jardín, sonrió satisfecha al ver que sus amigos dejaban de mirar a las niñas preocupados para desviar la mirada hacia la mesa.
En el jardín, las niñas se divertían en el arenero de Vera, tratando de armar un castillo de arena, lo cual era imposible, ya que la arena era demasiado fina y seca como para formar algo. Pero ellas se divertían igual, viendo todos sus intentos fallidos de castillos. No fue si no hasta que Ally volvió a reparar en la caja azul de su amiga que no se volvieron a pelear.
-¿Cómo metiste un secreto dentro de una caja?- preguntó.
-Eso también es un secreto, pero no es tan secreto como el que llevo aquí dentro, ni tan especial, si no lo habría guardado también.
Ally no pudo contener su curiosidad más y le soltó la pregunta que rondaba su mente por m´+as boba que fuera:
-¿Y que secreto es el que ocultas?
-No puedo contarte el secreto, boba, si no ya no sería secreto.
-¿Y porqué no me lo muestras, aunque sea un poquito? Puedes abrir la caja y volverla a cerrar, te prometo que no se lo contaría a nadie.- Ally abrió los ojos lo más que pudo, y trató de poner su "carita de pobrecita", como la llamaba su madre, que era la que usaba para que le hiciera galletas caseras, la llevara a pasear al parque o cualquier otra cosa que deseara y su madre no quisiera darle. Casi siempre lograba ablandarla y funcionaba, por eso tenía esperanzas de que Vera también se ablandara.
Pero Vera no lo hizo, si no que negó con la cabeza, puso su pequeña carita seria y repuso:- Si abro la caja, aunque sea un poquito, el secreto escaparía volando, y entonces no sabría quién soy.
Su amiga se rió lo más que pudo de su secreto.
-¡Eso es lo más ridículo que he escuchado!- dijo entre risas- ¿Cómo podrías olvidarte de quién eres?
-Porque mi secreto se trata de eso, yo soy el secreto.
Al decir eso, Vera se tapó la boca con las manos, sorprendida de sí misma: había revelado su más preciado secreto. Eso había sido peor que abrir la caja, ahora Ally también conocía parte de su secreto, todo estaba arruinado...
¿O no?
Había una forma de que su secreto jamás fuera revelado: hacer callar a Ally para siempre. Era sencillo, pues Vera había visto muchas películas en la televisión, de ésas que sus padres le tenían prohibido ver, en las que había un señor malo que guardaba un oscuro secreto, algo así como el de ella, y justo alguien también lo sabía. Entonces ése señor buscaba algo para dañar (un cuchillo, una pistola, etc.) o simplemente empujaba a ése alguien de un edificio. El único defecto era que siempre llegaba el señor bueno y apresaba al malo. Pero nada era peor para Vera que se supiera su secreto... ni siquiera que la apresaran como al malo de las películas.
-¿Estás bien? - preguntó Ally con voz afligida, no le gustaba la cara de su amiga en ése momento.
-Sí, lo estoy,- Vera fingió una sonisa- ¿que tal si vamos al tobogán?
-Mejor a los columpios, me dan miedo las alturas.
Vera observó el tobogán, era perfecto. Para tirarse por el tobogán había que subir a una casita de madera, que estaba sostenida en lo alto con grandes palos de madera, de un lado estaba el tobogán para bajar, y del otro una escalera para subir, además tenía también otros dos lados donde no había nada. Mamá decía que tuviera cuidado porque podría caer de allí y golpearse contra el suelo, y siempre le insistía su padre que pusiera alguna barrera allí, para evitar caídas, pero él lo rechazaba diciendo que Vera era demasiado lista como para tirarse por ahí.
-No te preocupes, estarás conmigo- le tomó la mano a Ally para guiarla por la escalera.
Cuando llegaron a lo alto, Vera miró a los padres, preocupada, pero estaban distraídos en la mesa del jardín tomando té, ninguno las estaba observando.
-¡Mira hacia abajo!- dijo señanalando la hierba por uno de los costados donde no había nada-.
Ally se asercó al borde:- ¿qué hay? No veo nada...
-¡Asercate más y la verás! ¡creo que hay un hada!
-¡Un hada! Que bien... pero no la veo.- Ally entornó los ojos y se puso en el borde del suelo de la casita para ver a la hada.
-¡Esto es por saber mi secreto!- dijo Vera, y a continuación empujó a Ally hacia el suelo.
Ally gritó hasta tocar el suelo, donde quedó tirada en una extraña posición, tenía un brazo izquierdo doblado de una forma que parecía imposible, lo mismo que su pierna derecha, y la cabeza doblada asia un lado. Había caído de espaldas, por lo que Vera podía ver cómo habían quedado sus ojos: desorbitados.
Metió su mano en el bolsillo de su jumper y sacó su caja azul.
Su secreto estaba a salvo.
Oyó un grito agudo prosedente de la mesa de los padres, la madre de Ally seguida de los demás estaba corriendo hacia ella. Salían lágrimas de sus ojos, al igual que los del padre de Ally. Sus padres estaban atónitos. Vera se quedó petrificada al oír el dolor en los llantos de los padres de Ally. Su preciada cajita cayó al suelo, justo al lado de Ally. También oyó el ruido de la cerámica al romperse, y los gritos a continuación.
Los padres de Ally y los suyos propios gritaron: ¡ Monstruo!
Su secreto había sido revelado a todo el mundo.
Todos sabían lo que era:
Un Monstruo.

martes, 14 de febrero de 2012

El Cuervo Rojo

Aquél cuervo buscaba hacer vistoso su nido, pues llegaba el Verano. ¡Ah! El Verano.... deliciosa estación en donde se puede disfrutar de la belleza de las flores, el pasto perfectamente verde, los sabrosos y dulces frutos maduros... y, cómo no, de la llegada de las aves, además de las que ya están. En mi opinión, es una de las estaciones más bellas. Éste cuervo en particular, había estado juntando cosas desde los finales de la Primavera, pero al no haber llamado la atención de ninguna hembra, seguía juntando. Tenía la esperanza de que alguna hembra viese los jugosos frutos, el clavo de metal, el prendedor de plata y la hebilla con diamantes que había juntado, todo brillaba, lo que hacía lo más atractivo posible su nido, pero no estaba conforme, no. Necesitaba más cosas brillantes, más llamativas, así como el futuro alimento de sus pichones, como semillas y frutos, para así atraer a una hermosa hembra con la que tener sus retoños.
Oh... si que ansiaba unos huevos. Sentía ésa atracción de la naturaleza que lo llevaba a buscar una hembra y reproducirse, era intensa y no se refrenaba, él ansiaba con todas sus pequeñas fuerzas una hembra, era ése, el llamado de la naturaleza.
Era su segundo Verano, a pesar de que ya no se acordaba del primero, cuando había salido del huevo y había visto el mundo por primera vez. Y ya que él no la recuerda, yo os la voy a contar: fue el más fuerte, el primero en salir del huevo, arañando la superficie de su cascarón azulado, deseaba estirar sus alas, salir de aquél asfixiante espacio, había tenido suficiente y quería salir ya. En cuanto consiguió romper una parte del cascarón y hacer un hueco, se ayudó con el pico, rompiendo el resto. Una vez que se vió libre, pudo observar a sus padres, dos enormes cuervos negros, de un negro lustroso, satinado, poseían robustas patas, picos largos y ganchudos, y, como observaría después, unas largas y poderosas alas, que hacían un curioso sonido al cortar con el viento. Luego de observarlos a ellos, comenzó a oír un especie de chasquido y rasguños, lo que significaba que sus hermanos y hermanas comenzaban a salir también de sus cascarones.
En cuanto todos los pichones salieron, su padre alzó vuelo para ir en busca de comida, y el pequeño cuervo de quién le estoy contando quedó maravillado ante el despegue de su padre, en cuanto abrió aquellas grandes y oscuras alas su mirada se iluminó, y sus pequeños ojos negros brillaron aún más cuando comenzó a mover las alas y a volar. Desde entonces no pensó en otra cosa que no fuera aquello, en su mente todo había quedado eclipsado por aquél instinto feroz que hacía que ansiara volar, ni los objetos brillantes de su nido-hogar brillaban para él, ni los gusanos, frutos y semillas le parecían deliciosos. Lo que más deseaba era extender sus pequeñas y frágiles alitas, para luego sentir el viento haciendo mella en ellas.
Luego de unos días, cuando todos los pichones crecieron lo suficiente, llegó la hora del primer vuelo, aquél que nuestro cuervo tanto ansiaba. Los padres primero enseñaron a sus pichones como posar para el despegue, y luego remontaron vuelo, esperando que sus hijos los siguieran. Y así lo hicieron, unos antes que otros, y así como nuestro cuervo fue el primero en salir del cascarón, fue el primero en volar. En su primer vuelo se sintió extasiado, relajado y feliz a la vez, una mezcla de emociones, que hacían que su corazón latiera con fuerza, acompañando los movimientos de las alas. Cuando saltó del nido para volar, cayó, cayó y cayó, y luego extendió las alas. Las agitó, y comenzó a planear. Veía todo, todo el cielo, la tierra, las nubes. Cada vez que su corazón latía, el subía o bajaba las alas, no quería dejarse llevar por el viento, dejar las alas quietas y planear como los demás. Él quería lucirse, quería llegar más alto y ser el más rápido. Así fue como voló del nido, empezando una vida solo lejos del nido en el que había nacido.
Y ahora, ésa misma fuerza que lo había llevado a ser el primero en surcar los cielos, era la que lo llevaba a buscar pareja, y a tener sus pichones. Todos los días se quedaba quieto en su nido, mirando a la gente que pasaba, si alguna llevaba algo brillante, bajaba en picado a robárcelo, para decorar aún mejor su nido. Una vez conseguido algo nuevo, iba en busca de comida, semillas, frutos, bichos, aves y mamíferos más pequeños. Así decoraba su nido y lo llenaba de provisiones para sus futuros pichones; y así fue como encontró un destino muy distinto del que deseaba tanto.
Una noche, nuestro cuervo percibió un leve brillo, de algún extraño objeto. Como vivía en una plaza, la luz de los faroles era la que hacía que tantas cosas brillaran para él, que aún codiciaba más brillo para atraer a su pareja. Bajó volando a buscar el objeto. Se trataba de un pedazo de vidrio, el cuervo, que no sabía lo que era pero le atraía de igual manera, lo agarro con su pico, lo que fué su grandísimo error.
Aquél pequeño vidrio resbaló por su garganta, sus bordes afilados la rasgaron por completo, y la sangre brotó de ella. Se le quedó atorada a medio camino, punzando dos costados de su garganta, provocando que saliera aún más sangre. El cuervo se desesperó por regurgitar aquél maléfico objeto, que le obstruía la garganta y lo lastimaba, pero sólo consiguió escupir sangre, lo que hizo que sus magníficas plumas negras del pecho se tiñeran de rojo. Luego no necesitó escupir más... la sangre salía sola, pero el vidrio seguía atascado en su garganta, no podía hacer que saliera, por mucho que sintiera el dolor punzante que lo amenazasaba.
Un pequeño charquito de sangre se formó a su alrededor, y al caer sobre él el resto de su plumaje se manchó de rojo. En un instante el cuervo dejó de respirar, y la sangre dejó de brotar por su garganta...
Aquél cuervo ya no necesitaría un vistoso nido...